Una decisión de valientes.
- Mafe Salgado
- 23 may 2019
- 5 Min. de lectura
Hace unos meses escribí sobre perdonar a alguien que nunca se disculpó, que se fue sin importarle lo que sentías o aun peor, se quedó sin darse cuenta del daño que te hizo recordándote día tras día todo el dolor haciendo más imposible todo el proceso de perdonar. Hoy Dios me ha mostrado una manera distinta de ver el perdón, de ver ese proceso al que le tenemos miedo porque duele, porque lo vemos difícil y porque aunque lo queramos negar esperamos que la otra persona sufra un poquito de lo que nos hizo para poder seguir adelante. Es cierto que siempre al momento de perdonar una herida todos te dicen la frase cliché de “perdonar es liberador” o “suéltalo y déjalo ir” como si en verdad fuese tan fácil. La verdad es que no lo es y este no es un blog de paso a paso para perdonar más fácil, para mí, en verdad solo hubo o hay un paso y es Dios. Dios me vio llena de odio, rencor, me vio llorando todas las noches sin entender porque me estaban pasando las cosas, me vio en mi peor faceta, Dios estuvo ahí en silencio, paciente esperando a que yo me diera cuenta que por ahí no era. Sí, me llené de odio y odié a la persona que me hizo daño, a la amiga que me mintió, al amigo que me dejo sola, odie mucho, me llene de rabia, ira, rencor y todo esto solo me llevaba al mismo lugar, a una tristeza y un vacío profundo, un faltante de amor. No hablo del amor de una relación, no hablo del amor de los padres, no hablo de los amigos o de los desconocidos en un bar, hablo del amor de Dios que fue lo único que me abrió los ojos y me mostró que para perdonar debo amar. Hasta ahora lo he entendido bien y lo estoy tratando de aplicar y no ha sido fácil pero esta vez lo estoy intentando a la manera de Dios, contrarrestando las mentiras, las traiciones, los insultos y las peleas con amor. Si ha sido liberador y me ha ayudado a ponerme en los zapatos de la otra persona y es súper duro tratar de entender porque alguien va por la vida haciendo daño pero también entendí que quizás yo también he pasado por otras vidas y he hecho daño, he dicho cosas que no debía, he mentido, he dañado el corazón de personas que no lo merecían por solo estar pensando en mí. Con esto NO quiero decir que es “ojo por ojo” y que como ya lo hice antes ahora estoy pagando todo porque con Dios no funciona así, con esto me refiero a que si yo he hecho estas cosas y he querido que me den otra oportunidad y Dios me ha dado más oportunidades, ¿Por qué no puedo perdonar a las personas que me lastiman a mí? ¿Quién soy yo para hacerlas sentir mal? ¿Quién soy yo para hacer un juicio cuando estoy llena de defectos? Yo no soy quien ni tengo autoridad para señalar y vengarme de quien me lastimó, yo confío en que Dios se encarga de cada una de las cosas en la tierra, el hace justicia para los que lo aman.
Dios me mostró que no soy nadie, que soy igual que cualquiera que me ha lastimado y que debo perdonar y debo amar. Entendí que no puedo exigir algo de Dios (en este caso el perdón) si no estoy dispuesta a darlo a los demás sin importar aquello que hayan hecho en mi vida que causo tanto dolor. Por más difícil que sea, perdonar es la mejor opción para tener una vida sana, libre de cualquier amargura que el odio trae a nuestro corazón porque generalmente el hecho de que no tomemos la decisión de perdonar nos lastima más que lo que las personas nos hicieron. Perdonar es eso, una decisión, tomar la decisión DIARIAMENTE de dejar ir a esa persona, de desearle buenas cosas porque siempre has querido que le vaya bien, aun cuando te mintió y te lastimó, tomar la decisión diaria de perdonar a tus papás por todo lo que hacen día a día porque después de todo también son humanos y no tienen instrucciones de cómo vivir, tomar la decisión diaria de perdonar a cada persona que ha lastimado tu corazón, tu confianza, tu amistad porque sí, fue duro y dolió pero no puedes seguir contaminando a tu corazón con todas estas emociones que enferman.
Muchas veces le he reclamado a Dios por cosas que he tenido que perdonar que son imperdonables, palabras y hechos que han dejado mi alma en pedazos porque siento que no sería capaz NUNCA en mi vida de hacerle daño a las personas que amo, pero Dios me ha mostrado cómo esas cosas hacen más fuerte a mi corazón y cómo adquiero la capacidad de amar más y más a través del perdón. Con este tipo de cosas me han llegado comentarios de amig@s y familiares opinando sobre lo “boba” que soy por perdonar cosas que nadie más perdonaría, por aguantar y seguir ahí “firme” para personas que no lo merecerían porque según ellos está mal perdonar tanto, está mal seguir ahí dando todo de ti porque no deberías; antes yo pensaba lo mismo y me daba muy duro a mí misma por tener un corazón tan frágil que a pesar de ser herido seguía dando amor, pero Dios seguía ahí, devolviéndome ese amor que le daba a los demás y haciéndome entender que amar no está nada mal, que esa es la ley de su reino para con nosotros (Cuando oren primero perdonen para que así el padre también los perdone (Marcos 11:25)) y que yo no estaba haciendo las cosas mal por más que me juzgaran, porque para nosotros está mal amar y perdonar pero eso es todo lo que quiere Dios que hagamos. La verdad es que sí, todo suena muy lindo de esa manera pero yo me sentía cansada de perdonar y perdonar y que las personas siguieran fallando, siguieran mintiendo, siguieran haciéndome daño a pesar de la actitud que yo estaba teniendo pero entendí que así como el perdón es una decisión diaria, también es una decisión que debemos tomar sin tener en cuenta cuantas veces la hacemos, como decidir respirar o parpadear. (Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?. Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. (Mateo 18:21-22)). No podemos llevar una cuenta de cuantas veces hemos perdonado a los demás, perdonar debe ser algo que hagamos porque si, porque no y por si acaso. Al momento de perdonar, al momento de tomar la decisión de perdonar debemos romper y olvidar eso que nos lastimó, para no “volver a leerlo más” para no hacernos más daño a nosotros mismos. Es no mirar conversaciones para llorar, es no recordar eso que te hicieron en el 2001, es no traer recuerdos que te hieren, es dejar eso atrás, es perdonar tu pasado y abrir tu corazón a las bendiciones que trae el futuro una vez que perdonas. Puede que perdones y tu pasado no cambie, pero si cambia lo que viene en tu vida, no puedes permitir que el dolor de ayer obstaculice todo lo que trae Dios para ti en esta semana, este mes, este año. Nuevas personas, nuevos amigos, nuevas decisiones, nuevas oportunidades, todas fruto de perdonar, sanar y aprender de lo que una vez nos lastimó.
Dios me ha dicho valiente por perdonar, el perdón es una decisión de valientes y no de débiles, no significa que tengo un corazón frágil si no que es un corazón lleno de amor, dispuesto a ayudar y a estar para cualquier persona que lo necesite, el perdón beneficia a muchas personas pero la persona más beneficiada eres tú, al decidir perdonar y dejar atrás todo rencor. Lo único que sana las heridas emocionales se llama perdón.
“El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos” (Proverbios 17:9)

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